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domingo, 18 de marzo de 2007

El papito de al lado

Salud Hernández-Mora. Columnista de EL TIEMPO.


Pues a mí me sigue gustando Rafael Correa, aunque no sé hasta cuándo. Lo matan su soberbia, una desmedida afición a casar peleas innecesarias y su boquita parecida a la de Uribe: insulta y da palo sin contemplaciones a sus adversarios, si bien dice más barbaridades. La diferencia en los agravios estriba en que Gustavo Petro, por ejemplo, no es el terrorista que dice el Presidente colombiano, mientras que los políticos ecuatorianos que llevan decenios robándose la plata y manipulando los poderes estatales sí son la mafia y la banda de sinvergüenzas que señala su homólogo con esas palabras.
Un punto en común es que los dos son católicos, apostólicos y romanos, antiabortistas y antitodo lo que la Iglesia repudia. ¿Ven, mis queridos conservadores, cómo el papacito de ojos claros no es tan malo?
Ambos están convencidos de que su verdad es absoluta y de que tienen que dar un revolcón a sus respectivas naciones, lo que, por supuesto, requiere más de cuatro años. Uribe ya logró su extensión y si a Correa le salen las cosas, que pudiera suceder en ese impredecible país, la nueva Constitución aprobará la reelección, así que tendremos correazo para rato.
Pero también se puede caer mañana, tumbado por el mismo pueblo que hoy lo idolatra, aunque yo apuesto a que logra el milagro de permanecer en el sillón presidencial todo el mandato.
Tiene un gabinete de armas tomar, de personas con una hoja de vida impecable, aparentemente eficaces, con ideas propias y de carácter áspero. El ministro de Gobierno, Gustavo Larrea, pieza clave en las crisis, es seco y tajante, yo diría que incluso antipático. Lo he visto alguna vez en la tele y, más que contestar a los periodistas, escupe respuestas cortantes.
Y qué decirles de la canciller, dulce en apariencia, pero dura como el diamante. Al salir de su despacho el viernes, después de entrevistarla, me crucé con el embajador Holguín. Cuando nos despedimos, tuve la impresión de estar ante un reo camino del cadalso. Lidiar con María Fernanda Espinosa, segura de sí misma y de sus ideales, inteligente y tajante, que parece que llevara toda la vida toreando en plazas políticas, en lugar de ocupar por primera vez un cargo de esa enjundia, va a requerir algo más que queridura y promesas vagas.
Estamos ante un gabinete exento de complejos, orgulloso de su patria, pobres pero altivos, como parisinos, unos púgiles que, antes de recibir, dan un izquierdazo. No les inquieta pararse ante la Casa Blanca, los burócratas del Banco Mundial o el lucero del alba. Son conscientes de su pequeñez, pero, a la vez, de su importancia relativa y están dispuestos a jugar sus cartas con el aplomo de quien siempre esconde cuatro ases en la manga.
Dan sensación de saber perfectamente para dónde caminan y cuáles son sus prioridades: acabar con la inequidad social y, al igual que decía Uribe en sus inicios, con la politiquería y la corrupción. Claro que esos ecuatorianos no tienen ligaduras con nadie y menos con los ex, y Uribe ha coqueteado en exceso a cuanto ex, corrupto y politiquero se ha topado.
El principal escollo que tenemos con ellos es que nuestro mandatario le prometió a Correa, cuando era solo Presidente electo, detener las fumigaciones hasta que conformaran la famosa comisión supervisora. Pero Uribe aprovechó el interregno entre la posesión y la salida del debilucho Palacio para asperjar la frontera. Correa le perdió la confianza y hasta que vea con ojos ecuatorianos que cumplimos, no nos manda a su embajador.
En cuanto superen el bollo que montaron el Congreso y el Tribunal Supremo Electoral, y Correa se salga con la suya, esto es, que los diputados expulsados se vayan a su casa y lleguen unos suplentes más dóciles, comenzará el verdadero viaje del gabinete de centroizquierda, que no comunista ni chavista, hacia el cambio.

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