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domingo, 25 de febrero de 2007

MOVIMIENTO ANARQUISTA LATINOAMERICANO: REALIDADES Y TAREAS

Entre los meses de mayo y junio de 2006 tuvimos ocasión de leer, en la página web española A las barricadas -una de las mejores publicaciones electrónicas libertarias en lengua castellana, dicho sea de paso-, un extraño foro cuyo eje polémico se centró en la situación del movimiento anarquista latinoamericano. Allí se llegó a sostener contra viento y marea, por parte de un solitario y exótico observador -autodesignado moderador del foro, evidentemente sesgado en sus conclusiones pero tercamente infatigable en el pregón de las mismas-, que el anarquismo no tiene vida en América Latina: una lapidaria y prejuiciosa sentencia que no guarda relación alguna con la efervescencia que ha ganado a nuestro movimiento desde hace unos pocos años a esta parte. Es muy probable que esa prédica no respondiera a intenciones demasiado cristalinas y que ella no merezca más respuesta que una juiciosa y significativa indiferencia; pero también es probable que la repetición incansable de dislates de ese tenor induzca a más de una confusión en nuestras propias filas y en sus adyacencias. La sola suposición de que pueda ocurrir algo de este tipo nos empuja ahora a un sereno repaso y a las reflexiones consiguientes.
Vivo y coleandoLa primera conclusión que se hace imprescindible marcar, y la llave de paso de cualquiera de las elucubraciones posteriores en lo que a la ubicación de nuestro actual escenario histórico respecta, es que el movimiento anarquista latinoamericano ha cobrado de un tiempo a esta parte una enérgica e intensa vida. Esta afirmación es perfectamente demostrable y no puede tomársela como un espejismo, como una ilusión o como una mera expresión de deseos. Si por movimiento anarquista entendemos a una corriente de pensamiento y de acción perfectamente distinguible y animada por nucleamientos y militantes individuales que parten de bases teórico-ideológicas aproximadamente comunes; que se reconocen y se eligen a sí mismos a partir de lo que dicen ser y que se remiten en su discurso expreso y en sus prácticas a un horizonte libertario compartido; entonces, no cabe ninguna duda que ese movimiento ha crecido significativamente en América Latina en los últimos cinco años; y, con mayor razón todavía, si extendemos el período considerado a diez, quince, veinte o veinticinco años atrás. Puede y debe decirse que ese crecimiento es por ahora exiguo en relación con nuestras expectativas, que no llega a tener todavía una influencia definitoria entre las multitudes oprimidas de nuestro continente y que estamos muy lejos aún de reconstruir los momentos de mayor actividad del movimiento; pero, ubicado el mismo en perspectiva histórica, no hay asomo de incertidumbre en cuanto a que representa un despertar cierto y bullicioso que debe estar en el foco principal de cualquier consideración sobre el tema.Es posible que la demostración más terminante parezca sólo cuantitativa, parcial y cuestionable; pero, al fin y al cabo, no deja de ser una demostración. Esa demostración sería más o menos así: tómese un indicador cualquiera -cantidad de grupos, de militantes, de publicaciones, de encuentros y hasta de noticias del campo libertario tal como lo hemos delimitado-, selecciónese un período de tiempo en el último cuarto de siglo y elíjase cualquier país de América Latina o, mejor aún, el continente en su conjunto; y entonces se verá, sin ningún lugar a dudas, que el movimiento anarquista latinoamericano ha crecido notoriamente en el lapso que considerado; y se verá también que ese crecimiento se ha concentrado muy especialmente en el último lustro o, a lo sumo, en los últimos diez años. Esto no es una ocurrencia conformista sino que cualquier compañero que haya seguido con cierto detenimiento la evolución reciente del movimiento podrá perfectamente dejar constancia de esa misma convicción; una convicción que en ninguna parte se encuentra mejor abonada y documentada que a través del minucioso seguimiento que desde hace unos años ha venido realizando la Comisión de Relaciones Anarquistas de Venezuela. Por lo tanto, muy a pesar de todos los detractores, de todos los confusionistas, de todos los intrigantes y de sus correspondientes dichos, eso es vida y vida renovada.Tanto es así que bien puede decirse que el actual movimiento anarquista latinoamericano es básicamente juvenil en sus orígenes, en sus motivaciones y en su composición. La abrumadora mayoría de los grupos que se ha podido localizar y relevar no llega a contar todavía con diez años de vida y tradición: algunos de ellos tienen sus raíces a fines de los años 90 del siglo pasado y muchos son una novedad absoluta de este siglo XXI recién llegado. Son, en buena parte de los casos, grupos diversos de los clásicos; grupos experimentales, particularistas y propios de una vasta búsqueda colectiva generacional. Allí encontraremos plataformistas y anarco-punks, y también anarcosindicalistas, insurreccionalistas, anarco-indigenistas, ecologistas, feministas, anti-militaristas y demás colores del arco-iris libertario de nuestro tiempo. Por lo tanto, una vez más, muy a pesar de detractores, confusionistas e intrigantes y de sus consabidos dichos, eso también es vida y vida renovada; una vida que no quiere reducirse a una faceta conmemorativa sino que aspira a articularse con la problemática propia de su tiempo.Aun así, hagamos una modesta puesta a prueba de nuestras afirmaciones. Supongamos, junto a ciertos confusionistas más o menos visibles aquí y allá, que el movimiento anarquista no es ni quiere ser otra cosa que capilla o secta con su respectivo conjunto de dogmas codificados e inviolables; tal como cada una de esas cosas habría quedado configurada en tiempos históricos ya bastante lejanos a nuestra peripecia contemporánea. Entonces, si así fuera, encontraríamos que las expresiones propias de ese anarquismo clásico -cualesquiera fueran ellas y hasta un punto en el que bien podríamos cederle a los intrigantes de todo pelo la elección de su más íntima preferencia- también han crecido en los últimos tiempos y también muestran a su modo los síntomas propios de una salud primaveral y la exuberante renovación de sus caudales militantes.La primera conclusión, entonces, es que el anarquismo latinoamericano cuenta actualmente -dentro de su todavía reducido radio de incidencia, obviamente- con una vida rebosante, impetuosa, pujante e innovadora. Lejos, muy lejos, por lo tanto, de esas estructuras calcinadas y de esos estancados remansos en los que -según se nos quiere hacer creer- sobreviviríamos sin pena ni gloria. Es cierto, por supuesto, que el movimiento anarquista padeció de prolongados períodos de languidez y hasta de letargo; pero no es ésa la situación que hoy se nos presenta a nuestra mirada. Hoy tenemos frente nuestro una efervescencia exultante y un rejuvenecimiento que nos conmueve a los que ya cargamos sobre nuestras espaldas alguna que otra década de militancia libertaria. Esa efervescencia y ese rejuvenecimiento cuentan con razones extraordinariamente hondas frente a las que poco pueden hacer los afanes represivos -siempre al acecho y siempre descarnados- y las muy poco ingeniosas y espasmódicas operaciones de contra-inteligencia que desde ya podemos distinguir en nuestras inmediaciones. A esas razones, precisamente, habrá que dedicarles ahora alguna mínima reflexión de nuestra parte.
Un anarquismo de aquí y de ahoraEl movimiento anarquista ha sido siempre, lo es todavía hoy y lo será mañana, bastante más que la expresión orgánica de una idea abstracta y sin nexos sociales; muchísimo más que el despliegue inmaculado y la huella colectiva de una entelequia autosuficiente; tanto en América Latina como en cualquier otra parte. Por sobre todas las cosas, el movimiento anarquista es sencillamente incomprensible si no se lo concibe como un inequívoco producto histórico, complejo y de raíces múltiples. Aquí y ahora -pero también allá y acullá, antes y después-, el movimiento anarquista se sustancia en un punto de cruce en el que reverberan ciertas configuraciones políticas y económicas más o menos expuestas a una impugnación en profundidad; ciertos modos de pensar, de sentir y de actuar propios de una época y unas sociedades dadas; y también, más importante aún, ciertas luchas encarnadas por movimientos sociales concretos, históricamente pertinentes y en actitud beligerante. Todo lo cual podrá favorecer o no -con alcances variables, naturalmente- una crítica, una postura y una práctica de signo decididamente libertario. Obsérvese el movimiento anarquista que emerge en 1872 luego de la escisión en el Congreso de La Haya de la 1ª. Internacional; obsérvese el movimiento anarquista del período clásico anarcosindicalista de las primeras décadas del siglo XX; obsérvese el movimiento anarquista inmediatamente posterior a la derrota de la revolución española; y en todos los casos se verá que el mismo se corresponde aproximadamente con las condiciones de posibilidad que habrán de pautar, según los casos, su amplio o su limitado radio de acción. Y ¿qué duda cabe? el actual movimiento anarquista sólo puede ser entendido y descifrado si nos conducimos con el mismo criterio teórico-metodológico y no con esos interesados absurdos de ocasión que, insidiosa y obsesivamente, tienden a verlo como un sub-producto radicalizado pero aberrante y bastardo del más rancio liberalismo.El movimiento anarquista de nuestros días, por lo tanto, encuentra su fundamento, sus bases, su justificación y su razón de ser en ese espacio de preocupaciones y luchas sociales en el que, dicho muy esquemáticamente, confluyen el fracaso del proyecto de reestructuración conservadora del orden mundial, el estruendoso derrumbe de sus pretendidas alternativas socializantes o progresistas y la emergencia protagónica de una floración de movimientos sociales que, vistos en sus efectos de conjunto, se presentan como una amplia contestación militante de todas las relaciones de dominación habidas y por haber. ¿Cómo explicar, si no, que simultáneamente se hayan producido aproximaciones al movimiento anarquista -por ahora tenues, pero aproximaciones al fin- en lugares tan diversos y tan distantes como Pakistán, Israel, Sudáfrica, Filipinas y Nigeria? ¿Y cómo explicar que el mismo fenómeno, en su vertiente latinoamericana, que es la que más nos interesa en este momento, esté apenas anunciándose o directamente produciéndose también en Guatemala, Ecuador, Panamá, Paraguay o República Dominicana; países que ni siquiera tienen fronteras comunes y tampoco contaban hasta nuestros días con un lugar de irradiación libertaria más o menos reconocible? ¿Se tratará acaso, según las imaginaciones más febriles, de una intriga procedente de los inexistentes excedentes financieros de la Asociación Internacional de Trabajadores o de la Federación Anarquista Ibérica? ¿Será tal vez la proyección inesperada y mutante del liberalismo en el preciso momento en que esta ideología ingresa nuevamente a una situación de crisis exuberante y ampulosa? ¡No, por supuesto que no! ¡Ni una cosa ni la otra! El humus sobre el que se asienta este resurgimiento anarquista no consiste en conspiración alguna ni tampoco en erráticas derivaciones doctrinarias. Las respuestas son mucho más sencillas, son visibles a plena luz del día y sólo pueden encontrarse en ese complejo caleidoscopio de época al que acabamos de hacer referencia: es la búsqueda afanosa de orientaciones revolucionarias por parte de las nuevas generaciones militantes -en el momento mismo en que se produce un vaciamiento de los horizontes, los caminos, los sujetos y las prácticas hegemónicos en la segunda mitad del siglo XX- lo que reactualiza aquella perspectiva libertaria a la que, una y otra vez, imprudentemente, se tuvo en más de un momento por definitivamente muerta y enterrada.Lo que hoy se presenta a nuestra mirada es un hiper-espacio creciente en el que confluyen las inagotables tensiones utópicas de las sociedades humanas, la posibilidad y la pertinencia de una crítica radical y, también, el ejercicio de una ilimitada rebeldía. Es en el centro y en los confines de ese irregular territorio, en los momentos y en los procesos que ya no pueden ser interpretados ni protagonizados por un menú de ofertas ideológico-políticas perimidas, que el movimiento anarquista encuentra el sustrato íntimo y profundo de su actual impulso y de su regocijante ebullición. Ya no es posible pensar radicalmente la crisis de nuestro tiempo ni enfrentarla con ánimo levantisco ni volver a soñar con un mundo nuevo prescindiendo con indulgencia del enorme caudal de insinuaciones que el movimiento anarquista ha encarnado históricamente y hoy persiste en seguir levantando con renovado empuje. Dicho en términos abstractos pero comprensibles, entonces, ésa y no otra es la razón en la que se asienta nuestro actual despertar y es allí donde residen las condiciones de nuestro desarrollo inmediato.
Andar y hacer caminoEsas bases sociales e históricas, esas renovadas condiciones de posibilidad para el desarrollo del movimiento anarquista, no son precisamente episódicas ni habrán de desaparecer de un día para el otro: son raíces profundas; las que podrán presentar diferencias ciertas en cuanto a la intensidad de sus efectos -de un período a otro, de un país a su vecino inmediato, etc.-, pero que, así y todo, habrán de acompañarnos durante un buen tiempo de aquí en más. Sin embargo, ello no debería hacernos suponer que el mantenimiento del actual despliegue habrá de ser un producto automático y espontáneo de esas mismas condiciones de posibilidad ni tampoco debería llevarnos a creer que la situación está exenta de interrogantes y de problemas a resolver: el reconocimiento de nuestras limitaciones y el trabajo perseverante en torno a ellas se ha vuelto hoy, quizás más que nunca, en una de nuestras urgencias más acuciantes; algo que deberemos anteponer a la celebración más o menos displicente de este reciente y sedicioso despertar de la anarquía. Vale la pena, entonces, que también le dediquemos ahora a este asunto en particular una mínima parte del tiempo y del espacio que se merece.El reconocimiento básico del cual tenemos que partir es que el movimiento anarquista es débil todavía y que estamos muy lejos aún de hacer sonar nuestras trompetas frente a las murallas de Jericó. Las posibilidades de una práctica revolucionaria sólo podrán sustanciarse y multiplicarse en la medida que la militancia libertaria cuente con un arraigo cierto entre los movimientos sociales reales, sea capaz de impregnar los mismos con su propio estilo y participe de sus luchas protagónicamente. Si bien esto es básico y se constituye en el elemento vinculante por excelencia del movimiento anarquista con la historicidad de la que forma parte, no puede decirse que sea suficiente por sí mismo. Esta intención y este esfuerzo de arraigo social incrementado que exige la actual situación no pueden desligarse del replanteo de las prácticas revolucionarias a poner sobre el tapete de la historia por venir. No hay fórmulas mágicas ni recetarios ni invenciones que puedan resolver nuestros problemas de la noche a la mañana, pero tampoco es posible ya subsanar las dificultades de construcción de novedades o considerar agotado y completo el arsenal de recursos libertarios simplemente apelando a la tradición y a las prácticas que nuestra historia ha cristalizado. He aquí, entonces, un par de senderos a continuar transitando.Pero no son los únicos que se nos presentan como inevitables. La situación interna del movimiento anarquista está pidiendo a gritos también un conjunto de operaciones que se vuelven cada vez más necesarias en la medida misma en que aumentan las expectativas sobre nuestra actuación y las responsabilidades que nos habrá de demandar cualquier proceso de cambios. Por lo pronto, parece claro que la floración de grupos y la diversidad de los mismos ha funcionado hasta ahora como un elemento de riqueza, como una respuesta cierta a problemas variados y como demostración de pertinencia puntual, pero ello no debería convertirse en un culto a la centrifugación ni en un deleite inconducente por acentuar nuestras propias diferencias ni en la afirmación de una vocación suicida por el desencuentro. El tiempo por venir y sus previsibles demandas habrá de reclamar esfuerzos de confluencia cada vez mayores; y no para que los nucleamientos actuales sacrifiquen las identidades que han atesorado sino para que una extendida trama de solidaridades en red permita multiplicar las posibilidades y el vigor del movimiento en su conjunto.Hay aún, adicionalmente, un flanco que no siempre ha merecido la atención debida. El movimiento anarquista latinoamericano reciente ha demostrado una encomiable capacidad de respuesta en el plano propiamente activista de su accionar, pero todavía no ha plasmado en niveles de suficiencia un proceso de renovación teórico-ideológica que se nos vuelve acuciante. Como ya lo hemos dicho, el pensamiento libertario ha recuperado su capacidad de fascinación en ese campo en el que se fusionan las tensiones utópicas, las posibilidades de una crítica radical y los impulsos rebeldes; pero ello no alcanza si se lo observa desde el punto de vista de las exigencias de una práctica revolucionaria continuada. Es en este plano que se hace preciso dar algo más de nosotros mismos y es a este nivel donde más se siente la necesidad de fortalecer nuestra producción teórico-ideológica. En definitiva: es la fusión de esta producción teórico-ideológica renovada, de esas formas organizativas a plasmar, de esas prácticas ajustadas a los requerimientos de nuestro tiempo y de esa recuperación de protagonismo en los espacios sociales en lucha lo que constituye ese nuevo paradigma revolucionario que hoy estamos exigidos de construir.Las conclusiones son, entonces, más o menos obvias. El movimiento anarquista latinoamericano ha recuperado en los últimos años parte de su perdida vitalidad y ello es así a partir de una remozada pertinencia histórica, de nuestro pensamiento básico y de nuestras propuestas de acción, difícilmente objetable; una pertinencia que reabre espacios de incidencia social en los cuales volver a sembrar nuestros mejores sueños. Es claro que esto no resuelve por sí sólo los problemas y las exigencias de un proceso de cambios de signo libertario en América Latina y ello refuerza la necesidad de definir, con la mayor inclusividad posible, un proyecto de trabajo sobre nuestras propias debilidades. En tal sentido, puede decirse que es bastante ya el camino recorrido; pero lo importante -cada vez más importante de aquí en más- no es el regodeo en los logros ni el mantenimiento conservador de nuestros frutos orgánicos sino sostener la vitalidad de los actuales impulsos. No hay ni puede haber satisfacciones definitivas en aquellas metas que estén más acá del mundo nuevo que queremos construir, porque el nuevo mundo que llevamos en nuestros corazones nos ha dicho y nos sigue diciendo que lo sublime no es llegar sino seguir.

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