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miércoles, 25 de abril de 2007

Un error de cálculo

A Petro se le fue el tiro por la culata en el debate sobre la 'parapolítica'.
Conocí a Gustavo Petro hace años en las oficinas del desaparecido noticiero de televisión del M- 19, recién reinsertada esa guerrilla, tragicómica como casi todas las que en nuestro mundo fueron desde Los Mochuelos, envuelta en los visos de una folclórica ternura y de un halo ambiguo y mortal. Habían empezado robando espadas venerables, con ofrendas florales en los museos de los caudillos muertos, repartiendo leche en las escuelas, y acabaron fusilando marineros y secuestrados amarrados. Se precipitaron en los delirios extremos de la guerra y la idolatría del fuego con el asalto al Palacio de Justicia. Y en la miseria moral con el sacrificio del sindicalista José Raquel Mercado, cuyo cadáver arrojaron en una calle bogotana de madrugada. La Historia Patria que contarás a tus nietos. Si sós capaz de aguantar la pena y la vergüenza.
Petro no moduló palabra. Permaneció en un silencio que no es el de los sabios sino el del intrigante al acecho. No sé por qué recordé un cuento espantoso de Lovecraft, La sombra sobre Insmouth.
Me fui pronto. El ambiente era tenso en medio de las metras de unos jóvenes escoltas. Y sobre todo en el hielo de páramo que difundía la proximidad de Petro. Me pareció una de esas personas en cuya vecindad siempre es clima frío. Y uno está contento de no contarlas entre sus amigos.
Debo confesar, esto no desmiente la primera impresión, que terminé admirando a Petro, y la admiración no es poca cosa de parte de un escéptico de oficio. Aunque siempre supe que detrás del hombre que se documentaba, manejaba estadísticas y hechos, y preparaba sus intervenciones en el Senado con responsabilidad, había uno al servicio de su ego. Dicen que es inteligente. Peor para él. El talento de los animales de sangre fría para en simple malicia casi siempre.
Aunque uno estuviera en desacuerdo con Petro, aceptaba a regañadientes que hacía bien el papel que le correspondía en la maltrecha democracia colombiana que lo acogió después de una juventud laxa para no tildarla de sombría. Pero a Petro se le fue el tiro iluminador por la culata en el debate sobre la 'parapolítica' antioqueña. Fue más el show que las nueces. Todo momento oscuro merece ser conversado. Dijo Lezama Lima. Pero a Petro le notaron más las ganas de sabotearle el trabajo al Presidente que las de aclarar el peliagudo pasado reciente de Colombia. Como si presintiera que su futuro depende del fracaso del Gobierno. O hiciera de la política un ejercicio de insinceridad que se cocina en las trastiendas de las segundas intenciones mejor que en la franqueza de los foros.
Reconozcamos a nuestro inquisidor, adonde irá el buey que no are, que las fotografías insignificantes, y las artimañas retóricas cosechadas en la chismografía aldeana, consiguieron a su modo lo que pretendían sus compañeros de pandilla con la toma del Palacio de Justicia hace años: el juicio a la Presidencia. Que Betancur enfrentó inspirado en algún episodio de las Memorias de Adriano, tal vez.
Le faltó, encaramado en su árbol genealógico, acusar al Presidente de poeta. Olvidó entre su parentela a Santiago Vélez Escobar, llamado el Caratejo, un poeta antioqueño descendiente, quién sabe, para ajustar, como todo Escobar de Titiribí o Envigado que se respete, del infame Daniel el Hachero.
Al Presidente le quedan algunas cosas de la experiencia. La mejor, que le ahorra el interrogatorio en el tribunal de Josafat. Después de ver esculcada su vida sin misericordia, y de la debilidad de explicarla en horario de telenovelas. Un biógrafo de Laureano Gómez recuerda que este recomendaba: calumnien, calumnien, que algo queda. No siempre resulta. Al Gore picó el anzuelo envenenado. Pero la mayoría de los colombianos, que a veces pueden parecer atolondrados pero no son bobos, le subió al Presidente los mismos puntos que bajó Petro al otro día en las encuestas. Todo lo que hacemos sin amor, llevados de mala fe, es un error.
eleonescobar@hotmail.com
Eduardo Escobar

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