Según la última medición hecha por el Opinómetro en EL TIEMPO de ayer, el presidente Uribe no solo habría convencido a la mayoría de los colombianos con su defensa, sino que habría conseguido mejorar su imagen. Así opinó allí el 47 por ciento de los participantes.
El resultado de la encuesta no me sorprende. Más bien confirma una realidad que se percibe en la opinión nacional, la cual es imposible de negar, sobre todo desde que Uribe llegó al poder: la de que este país no solo se derechizó por cuenta de lo que sucedió en el Caguán, sino que le ha dado por considerar al paramilitarismo como un mal menor, al cual hay que perdonarle sus excesos, en el entendido de que es un aliado incondicional en la lucha contra la subversión.
O, dicho de una manera más coloquial: hay una gran mayoría de colombianos que llevan escondido a un pequeño paramilitar en su corazoncito. Que eligieron al Presidente por haber sacado a sangre y fuego a las Farc de Antioquia y a quienes no les importa que se hayan atropellado los derechos humanos; que fueron al homenaje a vitorear al general Rito Alejo del Río porque lo consideran un héroe, y que estuvieron y están de acuerdo con las Convivir, a pesar de que muchas de ellas hubiesen fortalecido a los grupos paramilitares causantes de masacres.
Son colombianos para quienes las fotos comprometedoras, como las malas compañías, son excesos propios de una guerra -¿quién dijo que las guerras se hacían con almas de Dios?- y que además consideran un motivo de orgullo el que sus fincas hayan sido utilizadas por los ejércitos liberadores para buscar abrigo en la lucha contra las Farc.
Para ese país, los narcoparamilitares son el equivalente a lo que fueron los 'contras' de Nicaragua, los 'freedom fighters', que, por lo demás, fueron financiados por el presidente Reagan sin que bajara ni un punto en los sondeos de opinión.
No hay duda de que ese es el país que están midiendo las encuestas y esa es la explicación de por qué el presidente Uribe está blindado contra cualquier foto comprometedora o contra cualquier denuncia que lo relacione injusta o justamente con el fenómeno del narcoparamilitarismo. Por eso, nada le hace mella. Ni la foto de su hermano con Fabio Ochoa tomada en el 85, a pesar de que para esa época este y sus hermanos eran reconocidos fundadores del Mas, el primer grupo paramilitar de Antioquia, y miembros del cartel de Medellín, cuyo socio ya había asesinado al ministro de Justicia de entonces, Rodrigo Lara Bonilla, padre del hoy uribista zar anticorrupción; ni sus evasivas frente a personajes controvertidos cercanos a él, como el general Rito Alejo del Río, "asesor" del DAS en la época de Noguera, o como el coronel Santoyo, su jefe de seguridad en palacio y sobre quien pesan acusaciones de haber interceptado ilegalmente a opositores de las Convivir cuando él era gobernador.
Por no hablar de frases que a otro gobernante le habrían cobrado caro, como aquella exaltación que hizo de la controvertida gestión del entonces fiscal Luis Camilo Osorio -es tan bueno que lo quiero clonar, fue su frase-, el mismo que archivó las más importantes investigaciones contra los narcoparamilitares.
Lo grave es que este efecto teflón le da al presidente Uribe un cheque en blanco que no puede ser bueno para ninguna democracia. Aceptaciones como aquella que hizo en su defensa televisada, en la que dio a entender que su gobierno le estaba haciendo inteligencia a la oposición, y que poco ayudan al clima de tolerancia, en lugar de menguar su imagen la fortalecen aún más. Como también la fortalece la utilización de ese sambenito de convertir a todos sus opositores y críticos en amigos de la guerrilla. Para muchos uribistas, puede que este tipo de estrategias sean excesivas, pero inevitables en la guerra contra las Farc. Ojalá me equivoque y el problema sean las encuestas, no la psiquis nacional.
María Jimena Duzán
El resultado de la encuesta no me sorprende. Más bien confirma una realidad que se percibe en la opinión nacional, la cual es imposible de negar, sobre todo desde que Uribe llegó al poder: la de que este país no solo se derechizó por cuenta de lo que sucedió en el Caguán, sino que le ha dado por considerar al paramilitarismo como un mal menor, al cual hay que perdonarle sus excesos, en el entendido de que es un aliado incondicional en la lucha contra la subversión.
O, dicho de una manera más coloquial: hay una gran mayoría de colombianos que llevan escondido a un pequeño paramilitar en su corazoncito. Que eligieron al Presidente por haber sacado a sangre y fuego a las Farc de Antioquia y a quienes no les importa que se hayan atropellado los derechos humanos; que fueron al homenaje a vitorear al general Rito Alejo del Río porque lo consideran un héroe, y que estuvieron y están de acuerdo con las Convivir, a pesar de que muchas de ellas hubiesen fortalecido a los grupos paramilitares causantes de masacres.
Son colombianos para quienes las fotos comprometedoras, como las malas compañías, son excesos propios de una guerra -¿quién dijo que las guerras se hacían con almas de Dios?- y que además consideran un motivo de orgullo el que sus fincas hayan sido utilizadas por los ejércitos liberadores para buscar abrigo en la lucha contra las Farc.
Para ese país, los narcoparamilitares son el equivalente a lo que fueron los 'contras' de Nicaragua, los 'freedom fighters', que, por lo demás, fueron financiados por el presidente Reagan sin que bajara ni un punto en los sondeos de opinión.
No hay duda de que ese es el país que están midiendo las encuestas y esa es la explicación de por qué el presidente Uribe está blindado contra cualquier foto comprometedora o contra cualquier denuncia que lo relacione injusta o justamente con el fenómeno del narcoparamilitarismo. Por eso, nada le hace mella. Ni la foto de su hermano con Fabio Ochoa tomada en el 85, a pesar de que para esa época este y sus hermanos eran reconocidos fundadores del Mas, el primer grupo paramilitar de Antioquia, y miembros del cartel de Medellín, cuyo socio ya había asesinado al ministro de Justicia de entonces, Rodrigo Lara Bonilla, padre del hoy uribista zar anticorrupción; ni sus evasivas frente a personajes controvertidos cercanos a él, como el general Rito Alejo del Río, "asesor" del DAS en la época de Noguera, o como el coronel Santoyo, su jefe de seguridad en palacio y sobre quien pesan acusaciones de haber interceptado ilegalmente a opositores de las Convivir cuando él era gobernador.
Por no hablar de frases que a otro gobernante le habrían cobrado caro, como aquella exaltación que hizo de la controvertida gestión del entonces fiscal Luis Camilo Osorio -es tan bueno que lo quiero clonar, fue su frase-, el mismo que archivó las más importantes investigaciones contra los narcoparamilitares.
Lo grave es que este efecto teflón le da al presidente Uribe un cheque en blanco que no puede ser bueno para ninguna democracia. Aceptaciones como aquella que hizo en su defensa televisada, en la que dio a entender que su gobierno le estaba haciendo inteligencia a la oposición, y que poco ayudan al clima de tolerancia, en lugar de menguar su imagen la fortalecen aún más. Como también la fortalece la utilización de ese sambenito de convertir a todos sus opositores y críticos en amigos de la guerrilla. Para muchos uribistas, puede que este tipo de estrategias sean excesivas, pero inevitables en la guerra contra las Farc. Ojalá me equivoque y el problema sean las encuestas, no la psiquis nacional.
María Jimena Duzán
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