Extraordinario que esa protesta, que no fue espontánea ni ajena a la politiquería, por fin se hubiese sentido así sea tardíamente. Pero fue una caminata de inflamado uribismo, que no contribuirá a la reconciliación sino a la división.
Eso era lo que quería el presidente Uribe y lo logró, porque para eso marcharon los funcionarios públicos bajo la mirada de sus jefes, al igual que los obreros, quienes por primera vez contaron con el visto bueno de los empresarios para marchar. Todo bendecido por los obispos que entonaron como en misa cantada el “happy birthday” al Mesías que tanto les ha dado, para en seguida rechazar el despeje.
No hubo nada que se quedara sin control. Mañosa la estrategia de que al día siguiente de la noticia del asesinato de los diputados, en la Casa de Nariño les diera por hacer una encuesta en la que preguntaron lo obvio, como ¿quién cree que es el único culpable de ese crimen?, pero sin indagar, por ejemplo, si cree que de haberse decretado un despeje estarían vivos los diputados, o quiénes son los responsables de que no hubiese despeje.
El Gobierno no quiso que miráramos en libertad el ingrato porvenir de la violencia, sino sólo bajo su óptica siniestra de bala venteada. Por eso el presidente Uribe se dio a la tarea de salir a los medios a exigir que nadie hablara ni de despeje ni de acuerdo humanitario, sino a respaldar la “firmeza” de un gobierno que con la sola excepción del chiripazo de la fuga del canciller Araújo, ha logrado rescatar a muy pocos secuestrados.
En ese clima de intolerancia, tenía que pasar lo que pasó en Cali, sin que nadie se inmutara. Me refiero a la grotesca chiflada a Carolina Charry, la joven hija de uno de los diputados sacrificados, quien con legítima razón señaló al Gobierno de haber permitido la muerte de su padre y sus compañeros. Cobarde la actitud del ministro Holguín, al calificar de infame a esa huérfana jovencita por expresar su opinión. A su mejor manera rememoró el discurso de Goebbels, el ministro nazi de la propaganda, quien en la enceguecida sociedad hitleriana sostenía que “nosotros, nacional-socialistas, estamos convencidos de que tenemos la razón y no podemos tolerar a otros que crean tenerla”. Tan “macho” Holguín para sacudir una niña indefensa y adolorida, pero tan gallina para explicar su reciente participación en una manifestación política en Tobia, Cundinamarca.
Es un insulto que un acto de solidaridad con las familias de los diputados inmolados, hubiese tolerado un linchamiento para silenciar a una huérfana que no dijo mentiras. Pero en la tribuna también estaba el converso saca micas del régimen, Angelino Garzón, hoy dándose codo con varios lagartos vallecaucanos para que lo nombren ministro o comisionado de paz, en cuyo reino también está prohibido criticar a su amo, pero sobre todo a él mismo, pues durante su administración muy pocos medios han podido informar sobre el saqueo de la Industria de Licores del Valle, manejada por el ambicioso y oportunista gobernador y su cohorte.
Al Gobierno y a quienes ahora por primera vez protestaron —porque antes guardaron cómplice silencio por las víctimas del paramilitarismo, el exterminio de la Unión Patriótica, el holocausto del Palacio de Justicia, la farsa del proceso de justicia y paz de los paramilitares, etc.—, les salió bien la marcha montada sobre el repudio colectivo contra las Farc. Lo mismo no podrán decir los secuestrados ni sus familiares, ahora más expuestos que nunca, pues no habrá despeje, ni acuerdo humanitario, sino más rescates cruentos.
¿Qué haría Uribe sin las Farc?
Por Ramiro Bejarano
TOMADO EL ESPECTADOR
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domingo, 8 de julio de 2007
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